En este país no hay una calle decente, una calle donde uno pueda caminar sin tener que mirar todo el tiempo para abajo por temor a encontrarse un hoyo.
La observación me la hizo Ezequiel Abiú que me vio caminado por la Tiradentes "como quien se desplaza por la Quinta Avenida". Me dijo que le mencionara una y no recordé ninguna.
Aquí las irregularidades del terreno, los huecos, las aceras robadas a los peatones, hacen que uno camine con miedo. Además, pocas calles conservan su estética, su funcionalidad. Si no me creen, miren la Lope de Vega después de la San Cristobal en dirección norte.
Allí uno tiene que tirarse a la calle, a riesgo de que lo atropellen, porque los carros están parqueados en los esqueletos de las aceras. Aquí cualquier vendedor te roba tu legítimo derecho a caminar por un lugar seguro. Como dice Manuel Vicent, nadie es alguien.
*Me cuentan. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Desahogo Periodístico es el espacio de los periodistas, un lugar donde las palabras no son pesadas ni livianas, convenientes ni inconvenientes. Son simplemente palabras. ¡¡¡¡Qué la verdad sea dicha!!!!
viernes, 20 de febrero de 2009
jueves, 19 de febrero de 2009
La nada cotidiana-Diario de una periodista que se frustró*
02.32 a.m.
A Zoe Valdés que me perdone por robarle el título a su novela, pero no encuentro un nombre mejor para el estado de ánimo que me provocan ciertas situaciones.
Me siento como Robbie William cuando abandonó Take That para poner tienda aparte. Uno se cansa de ser corista en la vida, (o uno de ellos), se cansa de hacer naderías. Uno prefiere sentarse en su casa a postear un blog y a escribir los temas que siempre quiso escribir.
Me agobia la nadería. Quisiera hacer pero me siento atada. !Ay el dinero! Comparo mi carrera con una novela que tiene muy buena trama pero que está mal contada. Uno se siente tentado a mejorarla, pero valdría más escribir una nueva.
Mi arte simulatorio no da para tanto. No estoy contenta y quizás no vuelva a estarlo en semejantes condiciones. Siento como si algo dentro de mi corazón periodístico se hubiera roto ya sin remedio, porque la subestimación aplastó el entusiasmo, que murió de inanición junto a un listado de temas abortados.
Ni aquí ni allí. Hoy me pregunto si hice lo correcto o si me sucedió como dijo Reynaldo Pared Pérez, cuando el PLD perdió en el 2000, aquello de "llorarán lágrimas de sangre".
Yo solo lloro cuando me indigno o cuando algo me entristece demasiado (una muerte o una ruptura dolorosa), pero mi situación tiene la particularidad de hacerme llorar por lo menos una vez a la semana. Naderías, naderías. Quiero y merezco salir.
*Me cuentan y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
A Zoe Valdés que me perdone por robarle el título a su novela, pero no encuentro un nombre mejor para el estado de ánimo que me provocan ciertas situaciones.
Me siento como Robbie William cuando abandonó Take That para poner tienda aparte. Uno se cansa de ser corista en la vida, (o uno de ellos), se cansa de hacer naderías. Uno prefiere sentarse en su casa a postear un blog y a escribir los temas que siempre quiso escribir.
Me agobia la nadería. Quisiera hacer pero me siento atada. !Ay el dinero! Comparo mi carrera con una novela que tiene muy buena trama pero que está mal contada. Uno se siente tentado a mejorarla, pero valdría más escribir una nueva.
Mi arte simulatorio no da para tanto. No estoy contenta y quizás no vuelva a estarlo en semejantes condiciones. Siento como si algo dentro de mi corazón periodístico se hubiera roto ya sin remedio, porque la subestimación aplastó el entusiasmo, que murió de inanición junto a un listado de temas abortados.
Ni aquí ni allí. Hoy me pregunto si hice lo correcto o si me sucedió como dijo Reynaldo Pared Pérez, cuando el PLD perdió en el 2000, aquello de "llorarán lágrimas de sangre".
Yo solo lloro cuando me indigno o cuando algo me entristece demasiado (una muerte o una ruptura dolorosa), pero mi situación tiene la particularidad de hacerme llorar por lo menos una vez a la semana. Naderías, naderías. Quiero y merezco salir.
*Me cuentan y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
jueves, 12 de febrero de 2009
La casa de Dostoievsky o cómo contar a Chile literaria

Por Lissette Rojas
Por esa manía de libroteniente que hojea y lee antes de comprar un libro, encontré La Casa de Dostoievsky, del chileno Jorge Edwards y me dije que esa obra tenía que ser mía.
La novela tiene un valor intrínseco indiscutible, no solo por su trama bien lograda. En ella uno puede adivinar o atisbar unos rasgos que pudieran ser autobiográficos del propio Edwards y su generación (que si Neruda, que si Huidobro) y las relaciones de admiración u odio que primaban entre ellos.
El autor se esconde detrás de un narrador de voz colectiva que cuenta su tiempo a través de sus propias vivencias y no tiene empacho en explicarse a través de los rumores y de los testimonios de tercera mano. Se me antoja que la vida del Poeta (con mayúscula) como hilo conductor es solo el pretexto para mostrar el mundo cultural de la chile de mediados del siglo pasado, país que cambió el curso de su historia a partir del golpe de estado que en 1973 culminó con la existencia de Salvador Allende y del comunismo.
En ocasiones, el lector lo siente conversador y elocuente al narrador. No escapa, sin embargo, -y esto él mismo narrador lo reconoce- a los "chilenismos" que podrían mandar al diccionario a cualquiera que no esté familiarizado con los giros idiomáticos de ese país del sur. Otra de las observaciones a la obra es el uso de ideas largas y oraciones indirectas que me obligaron a retomar varios párrafos de nuevo para poder comprender (pero eso soy yo, no se asusten).
El texto ganador de la edición 2008 del premio Planeta-Casaamérica de novela resulta edificante para quienes por cuestiones de influencias solo hemos conocido en literatura la posición pro-Allende y a favor del comunismo.
Edwards narra en La Casa de Dostoievsky cómo las personas padecían hambre a causa de la racionalización de los alimentos que implementó el gobierno de Allende. Y como el personaje residía en la Ñuñoa, podía o creía oír como en las noches torturaban a los disidentes en los antiguos camerinos del estadio de futbol.
El Poeta, protagonista, estuvo también en Cuba y sufrió en carne propia las represiones del régimen de Fidel. Las críticas por lo bajo, la doble cara y la incertidumbre que hubo de implementar junto a sus colegas cubanos para sobrevivir.
A Edwards lo acabo de conocer como escritor y creo que nos seguiremos viendo.
Por esa manía de libroteniente que hojea y lee antes de comprar un libro, encontré La Casa de Dostoievsky, del chileno Jorge Edwards y me dije que esa obra tenía que ser mía.
La novela tiene un valor intrínseco indiscutible, no solo por su trama bien lograda. En ella uno puede adivinar o atisbar unos rasgos que pudieran ser autobiográficos del propio Edwards y su generación (que si Neruda, que si Huidobro) y las relaciones de admiración u odio que primaban entre ellos.
El autor se esconde detrás de un narrador de voz colectiva que cuenta su tiempo a través de sus propias vivencias y no tiene empacho en explicarse a través de los rumores y de los testimonios de tercera mano. Se me antoja que la vida del Poeta (con mayúscula) como hilo conductor es solo el pretexto para mostrar el mundo cultural de la chile de mediados del siglo pasado, país que cambió el curso de su historia a partir del golpe de estado que en 1973 culminó con la existencia de Salvador Allende y del comunismo.
En ocasiones, el lector lo siente conversador y elocuente al narrador. No escapa, sin embargo, -y esto él mismo narrador lo reconoce- a los "chilenismos" que podrían mandar al diccionario a cualquiera que no esté familiarizado con los giros idiomáticos de ese país del sur. Otra de las observaciones a la obra es el uso de ideas largas y oraciones indirectas que me obligaron a retomar varios párrafos de nuevo para poder comprender (pero eso soy yo, no se asusten).
El texto ganador de la edición 2008 del premio Planeta-Casaamérica de novela resulta edificante para quienes por cuestiones de influencias solo hemos conocido en literatura la posición pro-Allende y a favor del comunismo.
Edwards narra en La Casa de Dostoievsky cómo las personas padecían hambre a causa de la racionalización de los alimentos que implementó el gobierno de Allende. Y como el personaje residía en la Ñuñoa, podía o creía oír como en las noches torturaban a los disidentes en los antiguos camerinos del estadio de futbol.
El Poeta, protagonista, estuvo también en Cuba y sufrió en carne propia las represiones del régimen de Fidel. Las críticas por lo bajo, la doble cara y la incertidumbre que hubo de implementar junto a sus colegas cubanos para sobrevivir.
A Edwards lo acabo de conocer como escritor y creo que nos seguiremos viendo.
jueves, 13 de marzo de 2008
El Casandra, la moda, la producción
Por Lissette Rojas
Seamos claros. Para hablar de la producción de los premios Casandra de este año hay que hacerlo desde la perspectiva de la independencia.
En muchos años, pocas producciones habían tenido la frescura y la conexión con lo contemporáneo que se logró este año.
Criticar el vestuario de los artistas que tuvieron presentación en escena, es desconocer las tendencias de la moda actual. Por ejemplo, una de las cosas que se aprecio en este año fue la preocupación por unidad en los atuendos.
Habría que conocer un mínimo de moda para saber que tanto Miriam Cruz, Héctor Aníbal y Pavel llevaban lo que los franceses como artífices de moda llaman un “look garçon”, puesto de moda la temporada pasada y que arrecia con mayor fuerza en primavera verano. (El periodista tiene que leer de todo, ya no es suficiente con historia del arte y la literatura. Basta de manuales añejos de periodismo).
Lo mismo pasa con la camisa de Milly y el smoking. Esa vestimenta corresponde con la tendencia antes descrita. Grandes diseñadores como Christian Lacroix (maximalismo), Valentino (femineidad) y Karl Lagerfeld, para la maison Chanel (clasicismo) utilizaron la camisa blanca de encajes en sus recientes colecciones. El smoking se sobreentiende en esa combinación de femineidad y masculinidad.
Lo caribeño no es la mentalidad de isla, no es vivir de espaldas al mundo. Creo en el ser universal. Celebrar lo caribeño no es ponerse un taparrabos (Por Dios). Dejémonos de mezquindades.
Hablemos de la escenografía. Nada que envidiarle a los premios internacionales que son nuestro referente. Como joven, me siento orgullosa de que el montaje de un espectáculo nacional haya tenido esa calidad, orgullosa de que un premio se haya arriesgado a ver más allá.
Sí, reconozco que la alfombra roja en la televisión no tuvo el esplendor de otros años, que se perdió mucho con la cantidad de anuncios y el protagonismo particular. No nos gozamos los vestidos, como es costumbre. No hubo mucho que decir y eso debe mejorar para una próxima entrega.
Aún así, apuesto al talento joven. Abajo los criterios rancios de los que se aferran a una estética decimonónica y quieren medir el mundo con un libro de historia del arte bajo el brazo.
Hemos empezado a escribir nuestra historia con nuestros propios criterios.
Seamos claros. Para hablar de la producción de los premios Casandra de este año hay que hacerlo desde la perspectiva de la independencia.
En muchos años, pocas producciones habían tenido la frescura y la conexión con lo contemporáneo que se logró este año.
Criticar el vestuario de los artistas que tuvieron presentación en escena, es desconocer las tendencias de la moda actual. Por ejemplo, una de las cosas que se aprecio en este año fue la preocupación por unidad en los atuendos.
Habría que conocer un mínimo de moda para saber que tanto Miriam Cruz, Héctor Aníbal y Pavel llevaban lo que los franceses como artífices de moda llaman un “look garçon”, puesto de moda la temporada pasada y que arrecia con mayor fuerza en primavera verano. (El periodista tiene que leer de todo, ya no es suficiente con historia del arte y la literatura. Basta de manuales añejos de periodismo).
Lo mismo pasa con la camisa de Milly y el smoking. Esa vestimenta corresponde con la tendencia antes descrita. Grandes diseñadores como Christian Lacroix (maximalismo), Valentino (femineidad) y Karl Lagerfeld, para la maison Chanel (clasicismo) utilizaron la camisa blanca de encajes en sus recientes colecciones. El smoking se sobreentiende en esa combinación de femineidad y masculinidad.
Lo caribeño no es la mentalidad de isla, no es vivir de espaldas al mundo. Creo en el ser universal. Celebrar lo caribeño no es ponerse un taparrabos (Por Dios). Dejémonos de mezquindades.
Hablemos de la escenografía. Nada que envidiarle a los premios internacionales que son nuestro referente. Como joven, me siento orgullosa de que el montaje de un espectáculo nacional haya tenido esa calidad, orgullosa de que un premio se haya arriesgado a ver más allá.
Sí, reconozco que la alfombra roja en la televisión no tuvo el esplendor de otros años, que se perdió mucho con la cantidad de anuncios y el protagonismo particular. No nos gozamos los vestidos, como es costumbre. No hubo mucho que decir y eso debe mejorar para una próxima entrega.
Aún así, apuesto al talento joven. Abajo los criterios rancios de los que se aferran a una estética decimonónica y quieren medir el mundo con un libro de historia del arte bajo el brazo.
Hemos empezado a escribir nuestra historia con nuestros propios criterios.
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