martes, 4 de agosto de 2009

Una historia de espalderos que nunca cuento

Por Lissette Rojas*

Un día decidí apoyar a mi amigo Vianco Martínez en su lucha por que se aplique justicia en el caso que libra contra los espalderos infames que una noche atropellaron sus derechos en el Teatro Nacional.


Ahora que pronto se cumplirá un año de aquel penoso hecho, siento que es mi deber hacer algo, en parte por él en parte porque me aterra la idea de que llegue el día en que un reportero o reportera deba andar con miedo por no saber en qué momento lo sacaran a empujones y golpes de algún lugar.


Como cronista de arte y cultura que he sido, he tenido que vivir humillaciones en las puertas de los conciertos. Al principio las reseñaba, pero después me cansé. Casi nunca hablo de eso, pero en más de una ocasión he tenido que abrir mi cartera, me han parado de asientos y me han exigido mostrar mi identificación de prensa a pesar de tener la boleta en la mano o haberla ya mostrado.


Pero la que más me hirió fue esta anécdota que voy a narrar, porque no fue directamente a mí, sino a uno de los seres que más amo sobre el planeta. Hoy, seis años después, voy a contar una historia de espalderos que nunca cuento. Los que me conocen y saben que vivo libre de complejos se van a convencer de que fue una historia de prejuicio con prepotencia lo que nos ocurrió en Chavón.

Una vez, en Altos de Chavón, fui con mi papá a ver a Alphaville, Kansas y Air Supply. Ibamos muy emocionados, él porque esa es "su" música y yo porque crecí oyéndola. Papi estaba como un niño en Día de Reyes...hasta que llegamos a la puerta.


El hombre, un espaldero grosero, que había estado riéndose con todo el mundo, cambió su rostro cuando vio a mi padre. Pienso que le pareció improbable que papi, con sus características, estuviera allí y hubiera pagado lo que costaba la boleta.


El portero le habló de muy mala manera solo porque papi muy jovial le dijo: "No tengo armas, si quieres revísame". Y se tocó el cuerpo sonriendo como quien dice: "Estoy limpio, mira". El tipo le contestó: "Entonces, tú me estás amenazando. Yo lo que puedo hacer es dejarte ahí y no dejarte entrar".


Hablaba fuerte y todo el mundo nos miraba. Yo le explicaba que yo era periodista, que andaba trabajando no en búsqueda de inconvenientes. El espaldero grosero se demoraba como a propósito y volvía a revisar a papi como si fuera un narco o un terrorista.


Wanda Sánchez, que estaba a mi lado y cubría por CDN, se indignó. También su esposo Adrián. Tuvieron que intervenir porque el tipo se estaba excediendo. Pero él no se quedó tranquilo. Habló más fuerte y al rato estábamos rodeados de gorilas con radios.


Wanda ni Adrián se movieron. Gritaron que eso iba a salir en el periódico y en la televisión. Se quedaron con nosotros hasta que los "ningunos" con poder se cercioraron de que el negro que es mi padre no iba a inmolarse en las gradas ni iba a hacerse célebre a costa de la vida de sus artistas setenteros.


O quizás no fue que su dosis de prejuicio se agotó, sino que la fila del público se había alargado demasiado y la gente empezó a gritar que dejaran a ese hombre -a mi padre- tranquilo, que ya era suficiente, que qué esperaban encontrar.


Nunca antes vi una decepción como la de esa noche en el rostro de papi. A mí aquello me dolió tanto que ni siquiera lo reseñé en la crónica. No quería, porque me atormentaba, decir que unos hombres-burros humillaron a mi padre frente a tanta gente. A mi padre que siempre ha trabajado tanto, a mi padre que siempre ha sido tan respuetuoso, formal y serio.


La gente no se imagina los atropellos ni las humillaciones a las que los porteros someten a los reporteros, a la gente de a pie y a los negros improbables que nos aparecemos en esos lugares que parecen ser muy caro para nosotros. Ojalá que eso cambie algún día. Se lo pido a Dios.


En cuanto a papi, mantiene en su memoria la alegría del concierto de aquella noche de Sábado Santo. Es uno de los mejores recuerdos compartidos que tenemos. Y nunca, cuando escuchamos "Forever young", "Dust in the wind" o "Lost in love", hablamos de lo que sucedió en la entrada de Chavón.


Por eso entiendo a Vianco cuando se queja de la lentitud de la justicia, por eso me solidarizo con él, por eso me indigno cada vez que se cumple un mes y el Ministerio Público sigue haciéndose el pendejo con su sospechoso mutis total.

Porque yo he vivido en carne propia la desconsideración no quiero volver a escuchar que a alguien honesto lo humillaron sin razón unos "ningunos" que se sintieron poderosos-protegidos por gente que en este país hace lo que le da su gana sin ninguna sanción penal ni moral.

"El caso Vianco" es una guerra compartida, un emblema de muchos procesos empantanados. Ya estamos cansados de escuchar los cuentos mágicosmaravillosos de los que abusan de la gente de buena voluntad de esta tierra. Y como no nos vamos a tapar los oídos ni nos vamos a cruzar de brazos frente a la impunidad, escribiremos hasta que los dedos pidan clemencia. Quién sabe si algún día nos oye alguien portador de la casi extinta combinación pudor-poder.

*Lissette Rojas es reportera de semanario Clave. En la época en que sucedió lo que aquí narra ella comenzaba a laborar en el diario El Caribe. Lissette respalda a http://apoyemosavianco.blogspot.com/