lunes, 1 de junio de 2009

Un círculo de llanto en el suelo: un círculo de fuego en el cielo*

Perros en trailla, de Goya.

Por Lissette Rojas

El perro renco dibuja en el suelo un círculo perfecto con sus dos patas traseras, igual que hacen los elefantes cuando saben que pronto morirán.

Al abuelo, que se reclina en su mecedora como atajando la muerte, le parece un mal presagio la nueva inquietud artística del galgo, que nunca tuvo talento para los augurios y al que se le conoce en muchas millas a la redonda por sus estúpidas y graciosas piruetas de perro empecinado en alcanzar su propia cola.

Pero lo de hoy se diferencia de todo lo que sus ojos hayan visto en 81 años. “Eso me da mala espina”, murmura el anciano solitario con su mirada húmeda como un manantial antiguo e improbable. Sus manos de grietas y tierra sedienta tiemblan bajo el peso de un porvenir siniestro.

Aúlla el perro como encantado y su quejido se parece al llanto de un infante, un niño que atrapado en su círculo implora al cielo las redentoras manos que lo liberen de un mundo desconocido.

“¿Y quién se va a morir ahora?”, se pregunta el octogenario, con la seguridad de que a él aún no le toca la horizontal perpetua porque, “que se sepa, nadie ve los signos de coqueteo de su propio parca”.

“Pero si no soy yo, entonces ¿quién?”, se cuestiona y apenas puede pensar porque el corazón se restriega violento contra el pecho y su bestial ruido no lo deja pensar. Al menos no pensar con coherencia. No se atreve a apresurar nombres, mencionarlos sería como atraer el mal sobre ellos con deliberación.

El peor temor de un padre: perder a un hijo, le hace una mueca que lo obliga a ponerse de pie, no sin dificultad. Los huesos resuenan, camina durante siglos hacia la veranda y luego otea el horizonte. Busca lo inexplicable. (*Fragmento del cuento de igual título).