"Que no piense Santa que soy una malagradecida, a ellos les debo mucho, pero no puedo evitar sentirme mal cuando percibo las diferencias en el trato que me da mi madre adoptiva y el que les da a sus propios hijos. Aun así la amo.
"En honor a la verdad he de decirle que no es igual el brillo en sus ojos cuando me habla que cuando les habla a ellos. Es como si yo no fuera capaz de hacerle magia a su corazón. Es como si conmigo dejaran de volar en su alma los papelitos de colores.
"Yo sé (estoy segurísima, querido Diario) de que yo también puedo hacer que brillen los ojos de otra gente. La maestra, por ejemplo, sonríe con esa sonrisa linda cuando le hago una pregunta, cuando me felicita por mis calificaciones y cuando me revisa la ortografía de las cartas que le mando a Santa.
"Me da un poco de vergüenza contarle todo esto a Santa, pero voy a pedirle que haga que la maestra me adopte; al fin y al cabo ella tampoco tiene familia ni hijos ni esposo ni nada. Aun así, la veo feliz. No me la imagino llorando por las noches como hace mi madre adoptiva desde que mi padre dejó de dormir en casa.
"Al principio, le diré a Santa, yo le creía cuando el llanto de mi madre me despertaba y ella aliviaba mis preguntas con la misma frase siempre: “es un dolor de cabeza ligero que me entra de madrugada siempre que duermo sola porque Alfonso trabaja en el turno que amanece. Es muy raro".
"Yo ya tengo 12 años y no soy tan niña como para no saber cuando me mienten, así que decidí hacer mis propias investigaciones. Me cansé de dormir con ella, de acompañar esa espalda que gime sus penas atragantadas, solo porque teme molestar. ¡Hasta en el dolor teme ofender mi madre!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario